Comentario
Cómo se partieron los cristianos de la isla de Mal Hado
Después que Dorantes y Castillo volvieron a la isla recogieron consigo todos los cristianos, que estaban algo esparcidos, y halláronse por todos catorce. Yo, como he dicho, estaba en la otra parte, en la Tierra Firme, donde mis indios me habían llevado y donde me habían dado una gran enfermedad, que ya que alguna otra cosa me diera esperanza de vida, aquélla bastaba para del todo quitármela. Y, como los cristianos esto supieron, dieron a un indio la manta de martas que del cacique habíamos tomado, como arriba dijimos, porque los pasase donde yo estaba para verme; y así vinieron doce, porque los dos quedaron tan flacos que no se atrevieron a traerlos consigo. Los nombres de los que entonces vinieron son: Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y Diego Dorantes, Valdivieso, Estrada, Tostado, Chaves, Gutiérrez, Esturiano, clérigo; Diego de Huelva, Estebanico el Negro, Benítez; y como fueron venidos a Tierra Firme, hallaron otro que era de los nuestros, que se llamaba Francisco de León, y todos trece por luengo de costa. Y luego que fueron pasados, los indios que me tenían me avisaron de ello, y cómo quedaban en la isla Hierónimo de Alaniz y Lope de Oviedo. Mi enfermedad estorbó que no les pude seguir ni los vi. Yo hube de quedar con estos mismos indios de la isla más de un año, y por el mucho trabajo que me daban y mal tratamiento que me hacían, determiné de huir de ellos y irme a los que moran en los montes y Tierra Firme, que se llaman los de Charruco, porque yo no podía sufrir la vida que con estos otros tenía; porque, entre otros trabajos muchos, había de sacar las raíces para comer debajo del agua y entre las cañas donde estaban metidas en la tierra; y de esto traía yo los dedos tan gastados, que una paja que me tocase me hacía sangre de ellos, y las cañas me rompían por muchas partes, porque muchas de ellas estaban quebradas y había de entrar por medio de ellas con la ropa que he dicho que traía. Y por esto yo puse en obra de pasarme a los otros, y con ellos me sucedió algo mejor; y porque yo me hice mercader, procuré de usar el oficio lo mejor que supe, y por esto ellos me daban de comer y me hacían buen tratamiento y rogábanme que me fuese de unas partes a otras por cosas que ellos habían menester, porque por razón de la guerra que contino traen, la tierra no se anda ni se contrata tanto. E ya con mis tratos y mercaderías entraba la tierra adentro todo lo que quería, y por luengo de costa me alargaba de cuarenta o cincuenta leguas. Lo principal de mi trato eran pedazos de caracolas de la mar y corazones de ellos y conchas, con que ellos cortan una fruta que es como frísoles, con que se curan y hacen sus bailes y fiestas, y ésta es la cosa de mayor precio que entre ellos hay, y cuentas de la mar y otras cosas. Así, esto era lo que yo llevaba la tierra adentro, y en cambio y trueco de ello traía cueros y almagra, con que ellos se untan y tiñen las caras y cabellos, pedernales para puntas de flechas, engrudo y cañas duras para hacerlas, y unas borlas que se hacen de pelo de venados, que las tiñen y para coloradas; y este oficio me estaba a mí bien, porque andando en él tenía libertad para ir donde quería, y no era obligado a cosa alguna, y no era esclavo, y dondequiera que iba me hacían buen tratamiento y me daban de comer por respeto de mis mercaderías, y lo más principal porque andando en ello yo buscaba por dónde me había de ir adelante, y entre ellos era muy conoscido; holgaban mucho cuando me vían y les traía lo que habían menester, y los que no me conoscían me procuraban y deseaban ver por mi fama. Los trabajos que en esto pasé sería largo contarlos, así de peligros y hambres, como de tempestades y fríos, que muchos de ellos me tomaron en el campo y solo, donde por gran misericordia de Dios nuestro Señor escapé; y por esta causa yo no trataba el oficio en invierno, por ser tiempo que ellos mismos en sus chozas y ranchos metidos no podían valerse ni ampararse. Fueron casi seis años el tiempo que yo estuve en esta tierra solo entre ellos y desnudo, como todos andaban. La razón por que tanto me detuve fue por llevar conmigo un cristiano que estaba en la isla llamado Lope de Oviedo. El otro compañero de Alaniz, que con él había quedado cuando Alonso de Castillo y Andrés Dorantes con todos los otros se fueron, murió luego; y por sacarlo de allí yo pasaba a la isla cada año y le rogaba que nos fuésemos a la mejor maña que pudiésemos en busca de cristianos, y cada año me detenía diciendo que el otro siguiente nos iríamos. En fin, al cabo lo saqué y le pasé el ancón y cuatro ríos que hay por la costa, porque él no sabía nadar, y ansí, fuimos con algunos indios adelante hasta que llegamos a un ancón que tiene una legua de través y es por todas partes hondo; y por lo que de él nos paresció y vimos, es el que llaman del Espíritu Santo, y de la otra parte de él vimos unos indios, que vinieron a ver los nuestros, y nos dijeron cómo más adelante había tres hombres como nosotros, y nos dijeron los nombres de ellos; y preguntándoles por los demás, nos respondieron que todos eran muertos de frío y de hambre, y que aquellos indios de adelante ellos mismos por su pasatiempo habían muerto a Diego Dorantes y a Valdivieso y a Diego de Huelva, porque se habían pasado de una casa a otra; y que los otros indios, sus vecinos, con quien agora estaba el capitán Dorantes, por razón de un sueño que habían soñado, habían muerto a Esquivel y a Méndez. Preguntámosles qué tales estaban los vivos; dijéronnos que muy maltratados, porque los muchachos y otros indios, que entre ellos son muy holgazanes y de mal trato, les daban muchas coces y bofetones y palos, y que ésta era la vida que con ellos tenían. Quesímonos informar de la tierra adelante y de los mantenimientos que en ella había; respondieron que era muy pobre de gente, y que en ella no había qué comer, y que morían de frío porque no tenían cueros ni con qué cubrirse. Dijéronnos también si queríamos ver aquellos tres cristianos, que de ahí a dos días los indios que los tenían vernían a comer nueces una legua de allí, a la vera de aquel río; y porque viésemos que lo que nos habían dicho del mal tratamiento de los otros era verdad, estando con ellos dieron al compañero mío de bofetones y palos, y yo no quedé sin mi parte, y de muchos pellazos de lodo que nos tiraban, y nos ponían cada día las flechas al corazón, diciendo que nos querían matar como a los otros nuestros compañeros. Y temiendo esto Lope de Oviedo, mi compañero, dijo que quería volverse con unas mujeres de aquellos indios, con quien habíamos pasado el ancón, que quedaban algo atrás. Yo porfié mucho con él que no lo hiciese, y pasé muchas cosas, y por ninguna vía lo pude detener, y así se volvió y yo quedé solo con aquellos indios, los cuales se llamaban Quevenes, y los otros con quien él se fue se llamaba Deaguanes.